Soy Diego González García, soldador

Se aferra a su identidad aunque casi no sepa quien es y el pasado lo arrastre entre barrancos iracundos rebosantes de aguas rabiosas, el más remoto, el del olor a platanera y tierra fértil, de cuando estaba en un cajón de madera hasta los seis años por no poder caminar, las enfermedades, el hambre extrema, la desnutrición lo convirtieron en un niño pequeño, una criaturita, más pequeño que todos los demás, pero que un día salió de la caja, su espacio de juegos, magia y fantasía y llegó con paso firme al patio viendo majestuosa la montaña de San Gregorio.

Se paró en la puerta, llovía levemente en aquel mayo, una lluvia fría de gotas finitas, parecían pequeñas navajitas cayendo del cielo negro, ese año el invierno no quería marcharse, se aferraba a ese latir del humilde rincón del universo donde nació aquel hombre ahora postrado en un hospital, callado a veces, otras hablando cosas para nosotros incoherentes, para él las más lógicas del mundo, las del niño perseguido, víctima del terror fascista, cuando vio con sus propios ojos la Nochebuena más triste el 24 de diciembre del 36, cuando la jauría, la manada, entró en su humilde casita para arrojar a su hermano Braulio de cabeza contra la pared de picón.

El cree que la ventana por donde no se ve el exterior es una especie de pantalla de recuerdos insondables, a veces las gotas de lluvia la recorren -Son lagrimas- dice sombrío, con ese color amarillo de las habitaciones de las clínicas, se ríe como si no fuera con el ese estado de cercanía con la muerte, la que nos persigue desde que llegamos a la tierra desnudos, bañados en sangre, amor y líquido amniótico.

Ayer me dijo que vio un gato, un gato blanco y negro, feliz, que saltaba de cama en cama, jugando con la inmensa tribu de viejos desahuciados, el gato que se asomaba a su puerta con una sonrisa gatuna, unos bigotes que el quisiera dibujar para sus nietas si sus manos temblorosas lo ayudaran, ponerle el nombre de sus queridas chiquititas, su nombre Diego, unidos con un corazón de los de antes, a los de Famara e Iraia, atravesado por las flechas de Cupido.

Me llamo Diego González García, soy soldador, dijo, luego se quedó mirando al vacío, el pañal, el mal olor, la incomodidad de la dependencia de los otros, luego se entretuvo observando el pasillo, ese espacio-horizonte donde a veces pasa la gente, “fulanos” dice, hombres y mujeres que pasan andando rápido, unas de blanco, otras con trajes de colores y el gato que juega con las cortinas infinitas del recuerdo.

Cuando vino Edu Robayna el periodista para el reportaje en Diario Público, no tuvo problemas en aferrarse a la foto de Francisco, su padre fusilado, para las fotos, la agarró con sus manos quemadas por las soldaduras, las vías para el suero y la medicación, no dijo nada, quizá vio algo en el fondo de su mente confundida, esa galaxia de pequeños ictus que lo alejan de lo que llamamos realidad y quizá no sea más que un sueño infecundo.


Me llamo Diego González García, soy soldador, el verdadero viaje comienza ahora.


Escrito por: Francisco González

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Que bonito...!!
Unknown ha dicho que…
No conozco a ese Señor,aunque soy de Tamaraceite. Mi respeto para él.por lo vivido en sus carnes,se merece el infinito y observo que es una persona muy inteligente, que dios lo bendiga
pedro Domínguez herrera ha dicho que…
valoro este escrito como muy bueno cargado de profundos sentimientos y de trazos literarios acertados y poéticos... pero aún más valoro la personalidad de Diego al que he tenido la suerte de conocerle...Serio comedido y de una bondad propia de un "martir"Jamas le vi acritud ni crítica ni el mas minino gesto de maldad,exelente persona...
Antonio Domínguez ha dicho que…
Tejera, esta comunicación tuya traspone el dolor por la empatía para adentro de los bien nacidos. No es nada corriente y solo la puede trasmitir quien como tú además de soportar una dictadura asquerosa, encima, ha tenido familiares de primer grado asesinados por sus acólitos; que aun hoy, siguen creídos ser españoles de primera división; ciudadanos de paz y de no se sabe que. Además siguen soñando con otro PACO que venga, vuelva otra vez, para meter en centuria a tanto (según ellos) faltón y deshonesto, que dicen, decimos, NO a “los santos designios patrios”.
Mi sincero pesar por todo el sufrimiento que te ha tocado vivir; del que ya nada ni nadie te resarcirá; por lo qué, ni les pares bola al mentiroso ayuntamiento de las palmas y al tramposo cabildo respecto de las vanas promesas de exhumación.
Me rompe el corazón y no me queda mas remedio que llorar cuando me acuerdo –o me lo recuerdan- lo de tu tío Braulio, el bebé que estamparon contra la pared cuando arrastraban a tu abuelo al paredón, que tantas vidas tragó y que de nada sirvió a la historia, puesto que, los historiadores cronistas y archiveros de ahora ignoran, o quieren desconocer irrespetuosos, a tenor de sus agazapamientos y descaradas improntas artiamañadas.
Hago mías las palabras de mi hermano Perico y cuantas se sumen en misericordia a tu gran dolor. Hablo de misericordia de la de aquí: más acá de las nubes.
Tejera, no sepas, ni quieras saber de mas allás que tanta poca suerte y calamidad han traído a tu familia y por extensión a todo NUESTRO MUNICIPIO DE SAN LORENZO DE TAMARACEITE.

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