La Ironía siempre pierde

Por Sergio Naranjo
Uno de los pensadores más conspicuos de la Generación del 98 en España fue Miguel de Unamuno, razón por la cual tenía que ser –y fue– persona de pensamiento voluble, adaptado a las circunstancias de cada momento y muy contradictorio en un vistazo a lo largo de su prolífica vida literaria y pública. En 1906, polemizando acerca de las razones históricas de España para optar por la Filosofía en lugar de la Ciencia –contra otras posturas tomadas por algunos países europeos–, pronunció su histórico «¡que inventen ellos, que la luz eléctrica llegará adonde no se inventó!». Su afirmación era sarcástica, referida a un contexto concreto, pero siempre hay quien se tome a la tremenda esta variante de la opinión, y vino a ser nada menos que Ortega y Gasset quien se picara y tomara en serio y en otra dimensión lo que Unamuno no quiso decir. 
El pobre don Miguel estuvo diez años, hasta que se hartó en 1916, intentando aclarar el entuerto, pero el revuelo fue tal que no sólo tiró la toalla, sino que aún hoy en día se siguen dando las dos respuestas: las que se lo toman como la ironía que fue y las que se lo toman de modo literal, sin molestarse en averiguar el contexto de la frase. De poco le ha servido a estos últimos que el vasco a punto hubiera estado de encontrar la muerte ante una de las mayores bestias que la desgraciada historia española haya producido, Millán Astray, aquel innombrable legionario que pregonaba vivas a la muerte, mientras que Unamuno respondía con total dignidad otra frase antológica: «Venceréis, pero no convenceréis», decía mientras los falangistas se lo llevaban a fusilar y no lo hicieron por la intervención directa de la mujer de Franco. 
Así estamos en la actualidad, con más medios que nunca para saber, pero nada hemos aprendido, y menos a repetir errores del pasado. Ya no vamos a misa, no, ya no creemos en himnos, no, pero seguimos siendo unos dictadores potenciales, seguimos derramando odio, seguimos siendo extremistas, seguimos impidiendo la libertad de opinión de los demás, seguimos gritando en vez de escuchar. Y a cada año que pasa, seguimos acercándonos un paso más a lo único que saben hacer los españoles: matarse. 
La Ironía ya no cabe en la sociedad. Esa manera de ser tan típicamente arraigada entre los canarios de antaño, con aquel humor socarrón innato, nada tiene que hacer hoy día. Aquel humor tan cervantino como inglés, que practicaron magistralmente otros como Wilde y que tenían a diario nuestros antepasados, ha sido borrado del mapa. Bien por quienes no la entienden y emplean su odio y su vómito mental contra quienes la practicamos, bien por quienes aún sabiendo su contenido, no pueden –ni quieren– soportar otro modo de ver la vida, y especialmente de reaccionar ante la crispación, la violencia y la pelea de bandos adonde hemos llegado. Y sabiendo que íbamos a llegar.
No hay batallas perdidas, porque el irónico no viene a pelear. No hay guerras que ganar, porque la Ironía es la calma, es la paz, es la Retórica, es la agudeza y es el querer saber. El irónico sabe que ya perdió antes de la pega. 
Y por cierto, ¿a qué hora es el partío, oyó?

Comentarios

pedro Domínguez herrera ha dicho que…
Sergio,te felicito. Muy bueno;lo he leido varias veces. No le sobra ni le falta nada,bien trabado consecuente y aleccionador...
Víctor ha dicho que…
La ironía es el arte de emplear la sutileza y el subterfugio. Una práctica, la de "leer entre líneas" que por desgracia adolece de incomprensión en el que el copia-pega de facebook o el eslogan pendenciero comprimido en 140 caracteres es el mayor ejercicio intelectual al que se somete la masa zombificada por el influjo de la pantalla.

Los malentendidos y maledicencias que provocan la ironía son síntoma de que ésta triunfa. El horror viene cuando las masas aplauden y vitorean al unísono ante los ecos de la demagogia ramplona.

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