El despilfarro

Por Luis C. García Correa
Pocos cuestionan que el despilfarro sea un mal y como tal, algo reprobable. Pero hay determinadas actividades y estamentos en los que merece una condena enérgica y contundente.
         El diccionario dice que despilfarro es derrochar, malgastar, malbaratar. Todas y cada una de estas acepciones es dañina y tóxica.
         Quien despilfarra su patrimonio personal se arruina. Él mismo se condena. A veces, merece el reproche social de la prodigalidad, del derroche.
        Quien despilfarra el patrimonio público debería ser juzgado y condenado de forma enérgica: el dinero público es sagrado, porque es de todos.
         El ser humano ha despilfarrado desde de siempre. Y desde siempre, sus consecuencias han sido nefastas, ya sean a particulares como a una comunidad.
         Por su puesto, la gravedad del despilfarro está en relación directa al número de personas que afecta y a la cantidad despilfarrada.
         Hay muchas formar de despilfarrar, no sólo con dinero, y voy a dar algunos ejemplos:
        -  El enchufismo.
        - No dedicarle el tiempo obligado a un trabajo, público o privado.
        - Despreocuparse de las propias responsabilidades.
- "Pasar"; el pasota despilfarra no por sus acciones, no, lo hace por no hacer nada.
         - Creerse que uno se lo sabe todo, o creerse que su puesto es una propiedad particular en política, es despilfarrar.        
         Insisto que el despilfarro en política, el despilfarro en la actividad de los bienes de la comunidad, es tremendamente perjudicial porque afecta a muchas personas. A mayor número de personas que afecta, mayor el daño y mayor debería ser la pena o castigo al delincuente. No hay que olvidar el valor o dimensión ejemplar de las penas.
         No creo que haya lugar a la duda: quien despilfarra los bienes de la comunidad es un delincuente; el despilfarro debería ser un delito notorio, porque es un delito que se comete públicamente y afecta a muchas personas.
         A ello hay que añadir que en la época que nos ha tocado vivir, los despilfarros son más dañinos. Hoy todos los recursos son pocos, y el despilfarrar causa un daño enorme.
         Pero hay un despilfarro aún más demoledor y espantoso: desperdiciar la propia vida y en cosa que nos ha convencido y lo hemos creído.
         La vida de cada uno de nosotros es tan sumamente impresionante que somos únicos e irrepetibles, y nuestra vida es de un valor incalculable.
Desperdiciar la vida, despilfarrar la vida es algo que debemos tener muy presentes, porque el tiempo pasa y no es recuperable jamás.      
         El ayer ya no vuelve más.
Todos, creyentes como no, todos tenemos que ser conscientes de nuestras obligaciones particulares, familiares y sociales, y no podemos despreocuparnos de ellas.
Cualquier forma de despilfarro es funesta, y nunca es tarde para enmendarse.
¡Qué me lo digan a mí!
Seguro que alguna vez he despilfarrado en mi vida, y ruego a Pâdre Dios y a la Virgen del Pino que me perdonen, y me hagan consciente para no volver a despilfarrar.
Mi esperanza es la misericordia infinita de Padre Dios, y, por supuesto, en mi arrepentimiento y en actuar ahora en consecuencia.
En la espera deseada que desparezca de la tierra el despilfarro, y si lo hay sea condenado en la medida del daño causado, para que sirva de ejemplo y nadie se le ocurra volver a cometerlo
 Roguemos, como siempre, por todos nosotros para que Padre Dios nos conceda la gracia de ser, a los no creyentes: buenos ciudadanos, y a los creyentes: buenos ciudadanos.

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