Diario de un cura: Viajero sí, turista no.

Por Jesús Vega Mesa

He tenido la suerte de viajar bastante…y me sigue ilusionando. Pero la verdad: lo que más me entusiasma no es tanto conocer los monumentos del lugar sino la forma de vivir de la gente. Poder dialogar, escuchar, intentar comprender sus costumbres y su modo de vida y crear relaciones de personas. 
 No hace mucho, en Madrid, conocí a una pareja con la que hice amistad. Me dijeron que habían estado dos veces en Gran Canaria; pero que, realmente, sólo conocieron de la isla el hotel y la playa. Ni siquiera hablaron nunca con un canario. Si acaso, un saludo de buenos días o buenas noches y poco más. Yo les volví a invitar a venir y estuvimos juntos una semana. Les presenté a algunos de mis amigos. Les enseñé Agüimes e Ingenio, vieron nuestro folklore, hicieron senderismo. Y, sobre todo, compartimos muchos diálogos y vivencias con la gente de mi pueblo. Más tarde me confesaron que realmente estuvieron en esta Isla sólo cuando se relacionaron con gente de aquí. Las otras visitas fueron otra cosa. 
Hace unos años estuve en África, en Malawi, con amigos de la parroquia. Nos quedábamos en una casa misionera y participábamos de las actividades organizadas por la iglesia y por la comunidad religiosa que allí trabaja. Conocimos las escuelas y hablamos y cantamos con los niños. Palpamos la vida de la gente en la calle y los paisajes inigualables que de noche se iluminaban con la luna más grande que nunca he visto. No sé decir ahora mismo el nombre de ningún edificio importante de Malawi. Tampoco me importa mucho, la verdad. Pero tengo en mi mente la sonrisa inmensa de los habitantes de aquel pueblo pobre pero alegre. Y recuerdo la iglesia llena, un domingo por la mañana, con toda la gente cantando a voces, como si formaran una coral. Y el mercado callejero, siempre repleto de gente. Claro que no puedo decir que conozco Malawi pero sí puedo decir que conozco algo de cómo es la gente de allí. Para que un viaje tenga valor no basta que uno haya hecho quinientas fotografías espectaculares. Es necesario que la gente, la vida de ese lugar impregne el corazón y puedas aprender a quererlo. Es necesario emocionarte. 
 Todos los que estuvimos en ese viaje recordamos aún emocionados las muchas horas vividas en aquel hospital de Kapiri con los trabajadores, las religiosas y los enfermos que habían llegado hasta allí caminando largas horas para ser curados. 
 Me gusta viajar, ya lo he dicho. Pero no me gusta ser turista. No sé a dónde iré este verano. Pero seguro que iré a cualquier lugar del mundo en el que sea posible dialogar con alguien, aprender de la gente y empaparme, aunque sea con dolor, de la vida del pueblo. Iré a donde sea posible emocionarse y convencerse de que allí hay hermanos míos.

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