Unir la esperanza con la realidad

La esperanza nunca se debe perder. Si no se pierde permanece la posibilidad de llegar a hacerla realidad.
El soñar con el bien compartido es una esperanza alcanzable que solo necesita la buena voluntad, la decisión y el amor.
Nunca antes ha habido tantas oportunidades de compartir el bien, anular el mal, fortalecer la amistad, repartir el bien y mejorar.
Seguimos teniendo grandes enemigos: el egoísmo, la envidia, la despreocupación…
En un mundo realmente globalizado y bien comunicado, desaprovechar esta inmejorable circunstancia para repartir el bien, es un pecado de lesa majestad, que nos reclamará ya esta misma generación, y no digamos las siguientes.
Esto es muy fácil de decir, pero ¿por qué es tan difícil de hacer?
¿Qué es lo que arrolla, acalla y enmudece a la mayoría de la humanidad dejándola sin participar en los asuntos comunes de la sociedad?
No se puede vivir sin participar en la búsqueda del bien común. Porque el bien común es también el bien particular.
En la medida que vivo despreocupado o inactivo en relación al bien de los demás, al bien de mi familia, de mis amigos, de mis vecinos…en esa misma medida disminuyo mi felicidad.
¿Quién está convencido -y lo lleva  a la práctica- de que no existe bien personal si no lo hay general?
El gran paso que tenemos que dar para unir la esperanza con la realidad es que: “no hay bien personal si no lo hay general”.
Ese es el paso definitivo que tenemos y necesitamos dar: su problema es mi problema.
Hay problemas porque no me preocupa su problema. Cuando vivamos la solidaridad de la persona educada en valores, habrá situaciones problemáticas, pero no problemas. La falta de valores genera el mal como cosa natural.
Vivir con valores debe eliminar el mal y convertir el mal en bien, como cosa natural.
¿A qué esperamos para unir la esperanza con la realidad?

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