Proselitismo descarado


Por Luis C. García Correa
Al leer las oraciones de la mañana, y considerar su contenido tan necesario, ruego me permitan describirlas. Lo hago con el mayor de los cariños y creyendo que puedo ayudar.
Trato, constantemente, de fundamentar mi vida en el primer Mandamiento:“amar a Padre Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos”.
Hoy quisiera transmitirles estas creencias -que trato sean vivencias- de lo dicho por Nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios, verdadero hombre. Que sirven para creyentes o para no creyentes.
“Señor, enséñanos a orar”. Y nos enseñó el Padrenuestro.
Abba, Padre. Palabra aramea que usó Jesucristo, y que tanto significa de cercanía, confianza, amor, de filiación divina.
Somos hijos de Padre Dios, y como tales herederos de Su gloria eterna.
San Pablo en su carta a los romanos nos dejó dicho: ¡No hemos recibido un espíritu de esclavitud, para caer de nuevo en el temor, sino un espíritu de hijos, que nos hace gritar Abba!
Cuando llamamos a Dios Padre, como en el Padre Nuestro tenemos que acordarnos que tenemos que comportarnos como hijos que somos de Padre Dios.
Nuestras necesidades, nuestras tristezas y problemas nunca le dejan a Padre Dios indiferente. Si fuera indiferente hacia ellas no sería Padre Dios.
Como hijos de Abba Dios la vida es una ilusión, y la muerte se ve con paz e ilusión.
El trato de un hijo con su padre debe estar lleno de respeto, veneración, reconocimiento y amor.
La fe como la piedad, que nacen de la filiación divina, es una actitud profunda del alma, que nos lleva a informar de la existencia de Padre Dios.
Orar, rezar, siempre rezar –hablar con Padre Dios– que es oración personal, y de ella participamos todos, máxime con la Comunión de los Santos.
Decir, rezar, el Padre Nuestro es compartir la dignidad y responsabilidad de hijos de Padre Dios con todos los demás seres humanos, los demás seres irracionales y con todo aquello vive sobre la maltratada Tierra.
Tenemos el derecho y el deber de llamar Padre, Abba, a Dios si tratamos a los demás seres humanos como hermanos por tener el mismo Padre.
San Juan nos dejó dicho “si alguno dice: amo a Dios, pero aborrece a  su hermano, miente. Pues el que no ama a su hermano, a quien ve, no es posible que ame a Dios, a quien no ve”.
Por la Comunión de los Santos sube, ante Padre Dios, una oración constante, y participamos de la oración de todos los hermanos.
La oración personal nunca es aislada. Nuestra oración se funde con la de todos los justos, de todos los momentos y de todos los tiempos.
Oremos creyentes o no creyentes, pero recemos todos para ser felices y libres, y que luego lo seamos eternamente.
La oración, la contrición, y el amor dan al alma una gran fortaleza, proporcionando una particular delicadeza para oír, ver y escuchar a Padre Dios, a Abba, en nuestra vida y en nuestra muerte.

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