Al César, lo que es del César...


  
Por José Juan Mujica Villegas
Acabo de leer el más reciente artículo de Pedro Domínguez, persona con quien coincido en muchas cosas y discrepo en otras, pero al que admiro como persona y quiero como excepcional amigo. He de decir que, una vez más, Pedro, como muy pocos, demuestra su encendido amor a Tamaraceite y su sagaz aptitud para hacer incisiones que conmuevan nuestra conciencia. Yo, al menos en parte siguiendo el hilo de lo que él denuncia he de decir que:
   Nací en Tamaraceite hace 64 años. Soy de este pueblo y a él me he sentido ligado toda mi vida. Ahí lo hicieron también mis ascendientes. Lo amo del modo que toda persona bien nacida suele vincular su sentimiento con la tierra que lo ha visto nacer, crecer y, muy posiblemente, lo verá irse más tarde en su instante predestinado. En sus calles vive y ha vivido la mayor parte de la gente del mundo con la que me he relacionado y todo cuanto a su entorno, a su personalidad y a sus vecinos concierne. Por eso, haciendo una excepción, me atrevo a escribir y a publicar estas líneas, impulsado por un cierto desencanto. Soy asiduo y callado lector de esta página a la que me estoy dirigiendo. Leo  con atención, tanto las noticias, como los artículos de opinión que en ella se manifiestan. Con muchas cosas coincido y con otras no, pero trato siempre de ser respetuoso con toda idea, así que nunca he aceptado el impulso natural de aplaudir o criticar en este medio ni en ningún otro las cosas que me congratulan o las que me sitúan en el punto también razonable del desacuerdo. Sólo la amistad me ha movido a hacer alguna excepción. Hoy la excepción la motiva otra causa.
  Antes debo decir que, yo, lejos de la política en general y de la doméstica en particular -los pies de mi vida no pisan peldaños que sean aquellos que están más altos que los de mis vecinos, amigos y familiares-, siento gratitud por el esfuerzo enorme que la gestión municipal hace con la perspectiva de que nuestro Tamaraceite sea cada vez más grande, más próspero y más atractivo ante los ojos del resto de nuestra ciudad y de nuestra isla. Eso se consigue con valentía, con tesón, con generosidad y con inteligencia. Yo, analizando mil cosas, pondría una nota alta, no ya en concreto sólo a Doña Carmen Guerra y a la corporación que representa, a quienes alabo, sino en mayor o menor medida al resto de gobiernos del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria. Con sus aciertos y con sus errores. Sin embargo, a veces me veo en la necesidad de mirar sólo de reojo algunas cosas para evitar verme convertido en estatua de sal. Llevo años solicitando personalmente a los responsables de la política municipal referida a nuestro distrito, el reconocimiento oficial de algunas personas ya extintas a las que Tamaraceite debe mucho, personas que se distinguieron como adalides del sentimiento de un pueblo, mostrando, incansables, una labor activa y generosa, meritados vecinos a quienes nosotros no hemos correspondido. Por ejemplo, está la figura de Antonio Arencibia, de quién, a todos los que nos honramos con ser tamaraceiteros, necesitamos pensar muy poco para evocar su crisol de imborrables valores. Aún no tiene con su nombre una miserable esquina. ¡Qué pena, qué dolor, qué ingratitud...!
   No menos inexplicable es el trato a nuestro más insigne artista; no voy a descubrir nada de Jesús Arencibia.... para ello igual sería necesario escribir un libro. Como todo reconocimiento tiene una calle en el Lomo de los Frailes, la cual por su ubicación, es apenas conocida por nadie. Aún esperamos por la escultura que merece presidiendo solemnemente la entrada principal de nuestro pueblo. Curiosamente, en la entrada del cementerio de San Lorenzo, se muestran  dos placas dignificando la figura de estos dos próceres tan poco reconocidos por nosotros mismos. Sin embargo, uno de los proyectos estrella de este ayuntamiento en relación con Tamaraceite - San Lorenzo, es el del “Corredor Verde”, así llamado y que pretende la loable intención de perpetuar, mejorando su estructura, los entornos aún lejos del influjo urbano, tales como nuestro barranco, sus cercanías y, con ello, todo ese angosto pasaje original que desde la lejanía del tiempo vino uniendo a los dos pueblos con todo lo bueno que, en un período posiblemente de siglos, regaló a sus caminantes, a sus pobladores y al contacto con el sinfín de fincas diseminadas por todo su entorno, un soplo de progreso y un canto histórico de unión entre sus gentes. Es, por tanto, el barranco y sus alrededores, igual para San Lorenzo como para Tamaraceite, el emblema sublime de nuestro pasado cercano y el paradigma de nuestros recuerdos comunes. Hasta ahí todo muy bien, pero... ¿qué sucede con el nombre que, al parecer, ya se le tiene asignado y, según palabras de la misma concejal, aprobado en Pleno? Yo pregunto: ¿por qué...? ¿En base a qué argumentos se opta por un nombre que, sin explicarse razones, desplaza a otros apellidos ilustres que duermen el sueño de los justos? Es más: ¿es que en San Lorenzo tampoco existe ni ha existido nadie que haya podido merecerlo también? ¿Se ha pensado concienzudamente si ese privilegio debería pertenecer a un ancestral inventor de la idea original de tan generoso camino, o al padre o padres de su realización primitiva? ¿No habrán quedado sin contemplarse las figuras de aún más gentes que ya no están entre nosotros y no son menos ciertos acreedores a esa meritada dignidad? ¿Se han contrastado objetivamente unos valores con los de tantos otros que también pudieran merecerlo?
   Ante lo visto y del modo que las apariencias fueran capaces de sugerir, cualquiera podría llegar a pensar maliciosamente que esta decisión no es más que la consecuencia de lo que pretende ser un guiño gentil y complaciente. No es que yo diga eso, porque no está en mi mente esa idea, pero cualquier malpensado podría suponerlo y hasta insinuarlo.

  ¿Por qué a la hora de tomar decisiones tan trascendentes como ésta no se convoca al pueblo, a la gente... y se le pregunta qué le parece una idea que a todos afecta y cual podría ser una propuesta no menos sugerente?

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