La soberbia y la humildad

Por: Luis C. García Correa y Gómez

Hoy, Viernes Santo, - día muy importante para los creyentes en Jesucristo -, necesitamos la humildad como medio para alcanzar las metas que nos corresponden. 
Les pido, a Padre Dios y su hijo Jesucristo Dios, nos dé la humildad, y con ella la sabiduría y participación, para dejar de ser esclavos y ser libres y felices.

La tendencia a la soberbia perdurará en nuestros corazones hasta el momento de la muerte. Es de las peores inclinaciones del ser humano, porque nos incita a “ser como Dios”, o a prescindir de Él, no pidiéndole ayuda y no dándole gracias.
Una de sus consecuencias es la desunión y la falta de la honesta participación en la vida familiar, empresarial y social.
La soberbia nos hace confiar exclusivamente en nuestras fuerzas. Nos incapacita para levantar la mirada por encima  de nuestras cualidades y éxitos. El soberbio siempre se queda a ras de tierra.
La soberbia nos deja solos y débiles, aunque nos creamos fuertes y capaces de grandes obras. Nos hace enemigos de la santidad, se sea creyente o no.
Es también enemiga de la amistad, de la alegría, de la verdadera fortaleza …
La Humildad es el fundamento de todas las virtudes. Su oponente es la soberbia, que desemboca en el egoísmo.
El egoísmo nos convierte en la medida de todas las cosas, hasta el desprecio total de Dios. No nos permite amar, más allá de a nosotros mismos.
El egoísmo nos hace ser tacaños y desagradecidos. Y las pocas veces que damos lo hacemos calculando el beneficio.
La soberbia es la raíz del egoísmo, y hace al hombre desgraciado. No sabe dar sin esperar nada a cambio. No habla sino de si mismo, es desagradecido, desprecia a los demás, y siempre pretende poner el punto final. Él es lo único que le interesa.
El origen de todo pecado es la soberbia. El hombre comienza a ser soberbio cuando se aparta de Dios de manera consciente y lo repudia.
La humildad está relacionada con todas las virtudes, en especial con la alegría, la fortaleza, la castidad, la sinceridad, la sencillez, la afabilidad y la magnanimidad.
El humilde tiene gran facilidad para la amistad.
Para ser humildes debemos aceptar la humillación que suponen aquellos defectos que no logramos superar, nuestras flaquezas diarias … También nos ayudará el querer hacer la vida más amable a los demás, prestar las ayudas que nos pidan, servir a la familia, en el trabajo, en cualquier parte.
Tratar de rectificar en aquello que nos hemos equivocado.
Querer a los demás sin pedir nada a cambio, eleva la humildad, engrandece el alma y da la plena felicidad.
La humildad hace al hombre grande, enriquece lo que le rodea y desarrolla la libertad.

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